Por razones del destino he llegado a los hospitales, una vez más. De niño, muy niño quizá, acompañaba a mi padre a trabajar, es cirujano. Hoy, muchos años después regresé con él al mismo hospital donde trabajó pero esta vez como paciente. Moría de miedo no tanto por el proceso, si no por las posibles noticias. Por fortuna no hubo nada de qué preocuparse. Lo que es cierto es que si bien muchos lo reconocieron y le hacían plática, Carmen, la enfermera lo tranquilizaba, tomaba su mano con cuidado mientras lo canalizaba y por momentos parecía como si lo conociera de toda la vida. Mi padre nunca la vió puesto que estaba dormido, Carmen creía que yo era el doctor y me preguntaba por el caso. Para cuando atendió a mi papá ya llevaba varias intervenciones y faltaban otras tantas, si así es su jornada de trabajo de más de 17 años no me queda más que agradecerle no por mí si no por todos los que estuvieron en sus manos de forma inconsciente. Yo tuve la oportunidad de darle un abrazo y darle las gracias al menos por mi padre.
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