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Nunca lo escuché tocar,

Writer: Manuel CerónManuel Cerón

Antes y durante la pandemia viví en la Colonia San Rafael, me atrevería a decir: la hermosa San Rafa. Sus calles están llenas de adoquines del siglo pasado tanto como de carteles de luchas o bailes pegados en las láminas de los lotes baldíos o edificios victorianos deshabitados. Sus calles han visto y ven pasar a varios próceres mexicanos, artistas, vagabundos, señoras chismosas y miles de perros callejeros que sobre caminan el mercado de San Cosme como abejas a un panal. En estas calles caminé acompañado y solo, con Otto y sin Otto, mi perro, mismo que me hizo salir y mapear cada rincón de la colonia que se dibuja entre Circuito Interior a Reforma.


La San Rafael tiene toda una mitología andante de personajes que divagan y son los referentes de ubicación de los habitantes de la colonia, se encuentra por ejemplo la esquina del "Escuadrón de la muerte" , la esquina de los guaruras, debido a los políticos "anticorrupción" que habitan en dos o tres casonas de época unidas con patios interiores, pollerías que en meses se convierten en barberías y estudios de tatuajes o bares, todo eso es de temporada, nada como las cantinas de tradición o las esquinas con las mujeres de moral descuidada que flotan entre las banquetas de Sullivan y el monumento a la Madre.


En la San Rafa camina con lentitud un elegante hombre que lleva siempre en la mano su guitarra y sombrero de copa blanco; por mucho tiempo pensé que su ir y venir se debía a que trabajaba en la cantina "La Polar", pero en todas las caminatas con Otto o tardes que pasé por ahí, nunca lo ví dentro o en los alrededores. Cuando llegaba a encontrarlo siempre estaba caminando, no cojeaba pero caminaba lento, su rostro no era de tristeza o plenitud, solo veía de frente como si de su mirada naciera el camino. Lo encontraba casi diario, a distintas horas, no importaba si era de mañana o madrugada, entre semana o un domingo por la noche, no pude predecir nunca su ubicaciones o su trayectoria.


Llegué a pensar que era yo, llegué a imaginar que de tanto caminar con mi perro me había alcanzado a mi mismo en otro tiempo. Me lo encontraba tantas veces que su espalda me empezaba a ser conocida y no es que tuviera un gran poder, es que él estaba vestido de blanco y con un sombrero de copa. Tuve miedo al final de verlo de frente por verme a mí mismo de grande, ya de muy grande. Este personaje siempre fue para mí una incógnita, una duda existencial y en el fondo me daba gusto que de ser yo, caminaba con una guitarra en la mano, de traje blanco y con un elegante sombrero de copa. Al acabar la pandemia me cambie de casa, no lo he visto, espero un día poder encontrarlo de frente y al menos, saber su nombre. Por si las dudas, trataré, una vez más, de aprender a tocar la guitarra.


 
 
 

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